Playona y Goleta

Playona es un pequeño micro pueblo de pocas familias, sin electricidad, ubicado justo al lado de Acandí, el municipio más grande de este lado del golfo de Urabá, exactamente a mitad de camino entre Triganá y Capurganá. Se llega en unos 45 minutos en pequeñas lanchas de los lugareños o en 30 minutos con los grandes botes que prestan servicio de transporte regular (aunque estos no paran directamente en Playona, solo en Acandí).

Es en la larga playa de Playona donde llegan a anidar las tortugas marinas más grandes del mundo: las tortugas laúd, conocidas aquí como tortugas caná. Estos impresionantes animales pueden alcanzar hasta 2,3 metros de largo y pesar más de 700 kilos. Viven en aguas profundas, se alimentan principalmente de medusas y, curiosamente, son casi ciegas. Su caparazón no es rígido, sino flexible, una característica única entre las tortugas marinas.

Debe saberse que en todo el planeta existen solo 18 playas donde ocurre este fenómeno natural, y tres de ellas están en el golfo de Urabá, lo que convierte a Playona en un auténtico privilegio natural y un espectáculo mágico que muy pocos lugares del mundo ofrecen.

La playa de Playona se extiende por 14 kilómetros, desde Goleta (más cercana a Triganá) hasta Acandí (más cercana a Capurganá). Las tortugas suelen llegar principalmente a los últimos 4 km, cerca del santuario y las “incubadoras”, donde los voluntarios de la asociación local de protección trasladan muchos de los nidos para resguardarlos de depredadores naturales —aves, perros, reptiles— o de la recolección de huevos por parte de algunos pobladores.

El avistamiento de una tortuga desovando dura alrededor de dos horas por ejemplar, entre la salida del mar y su regreso. Los visitantes pueden presenciar este proceso siempre que respeten las normas locales: iluminar solo con luz roja, mantener silencio absoluto y no acercarse a menos de tres metros, ya que una simple perturbación puede hacer que la tortuga regrese al mar sin completar el desove.

El periodo de anidación ocurre entre principios de febrero y finales de junio, mientras que la eclosión de los huevos se da desde abril hasta finales de agosto. Cada tortuga pone alrededor de 80 huevos, que tardan unos 60 días en incubar. En este tiempo, es posible ver a las pequeñas tortugas salir del nido y emprender su primera travesía hacia el mar. Gracias al trabajo de los voluntarios, muchos nidos trasladados a las incubadoras permiten asegurar que los visitantes puedan presenciar este momento mágico. Las tortugas más débiles que no logran salir por sí solas son liberadas manualmente al día siguiente, brindándoles una oportunidad de sobrevivir —aunque las estadísticas sean duras: solo una de cada mil llegará a la edad adulta. Estas tortugas pueden vivir hasta 100 años y se reproducen cada dos o tres años.

Playona no cuenta con muelle, y durante la temporada seca (de diciembre a abril) no es posible llegar por mar debido a las olas. En ese caso, el bote te dejará en Goleta o en Acandí, y desde allí deberás caminar por la playa hasta el santuario.

Si partes desde Goleta, el trayecto es toda una experiencia: este pequeño asentamiento de pescadores se encuentra entre la selva y el mar, rodeado de cocoteros, aves marinas y una sensación de aislamiento absoluto. Su playa, aunque más salvaje y menos cuidada (la marea suele arrastrar basura desde el mar abierto), conserva un encanto natural que recuerda cómo eran estos lugares antes del turismo. Desde Goleta hasta Playona hay una caminata de aproximadamente una hora y media, dependiendo del estado de la marea. No es el paseo más cómodo —ni el más limpio—, pero es sin duda auténtico y ofrece una mirada sincera al Caribe chocoano, aún virgen y desafiante.

La mejor época para visitar es mayo y junio, cuando coinciden los dos espectáculos: las tortugas adultas desovando y las crías naciendo. En esos meses, el mar está más tranquilo, por lo que se puede llegar directamente en lancha pequeña al santuario alrededor de las 6 de la tarde, justo antes del anochecer, y regresar después de la observación (si las condiciones lo permiten). Sin embargo, pasar la noche en Playona es una experiencia recomendable: permite apoyar a las familias locales y vivir de cerca la paz de este rincón del mundo.

Eso sí, hay que tener en cuenta que los alojamientos son muy básicos y sin electricidad, por lo que no se adapta a todos los viajeros. Pero para quienes buscan autenticidad, contacto con la naturaleza y silencio absoluto, Playona y Goleta son una parada inolvidable en el camino del Caribe del Chocó.